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Mostrando entradas de mayo, 2023

El mito de Narciso

El mito de Eco y Narciso Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre. Con su charla incesante entretenía a Hera, esposa de Zeus, y estos eran los momentos que el padre de los dioses griegos aprovechaba para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera, furiosa cuando supo esto, condenó a Eco a no poder hablar sino solamente repetir el final de las frases que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo. Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció así hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas. Tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, siempre parecía...

La caja de Pandora

El mito de la Caja de Pandora En la mitología griega se menciona la Caja de Pandora como un curioso regalo de los dioses... Cuenta la leyenda que, tras haber robado el titán Prometeo el fuego de los dioses para regalarlo a los hombres y el castigo que Zeus le impuso por tamaña osadía, su hermano Epimeteo recibió como regalo de los Olímpicos una compañera: Pandora. Ésta fue dotada con todos los encantos que los dioses podían proporcionarle: Afrodita le dio la belleza, Hermes la elocuencia, Atenea la sabiduría, Apolo la música... Cuando Pandora se presentó ante Epimeteo, lo hizo acompañada de otro regalo de Zeus: una caja cerrada,que bajo ningún concepto debía ser abierta. Epimeteo, deslumbrado ante la gracia y la belleza de Pandora, ignoró la promesa hecha a su hermano Prometeo de no aceptar jamás regalo alguno de los dioses olímpicos, pues eran astutos y traicioneros, y la aceptó como compañera, aceptando al mismo tiempo la caja que la acompañaba, que escondió en lugar s...

Cuando lo mismo no es igual

Fragmentos de la Declaración de los derechos “Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición” (artículo 2, Declaración Universal de Derechos Humanos, 1948). “Los Estados Partes respetarán los derechos enunciados en la presente Convención y asegurarán su aplicación a cada niño sin distinción alguna, independientemente de la raza, el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política o de otra índole, el origen nacional, étnico o social, la posición económica, los impedimentos físicos, el nacimiento o cualquier otra condición del niño, de sus padres o de sus representantes legales” (Convención de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, 1989). “Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen der...

Corrección de un cuento

La casa encantada Sobre una inmensa colina se levantaba una extraña y vieja casa toda la gente del barrio contaba extrañas historias de la casa pues creían o decían creer que estaba habitada por los antiguos fantasmas de sus dueños. Los niños no se animaban a acercarse ni al principio de la colina, porque creían que desde sus altas ventanas los veían los fantasmas y podrían enviarles algún maleficio. Los padres aunque no creían en fantasmas aprovechaban el miedo de sus hijos para retarlos y amenazarlos con enviarlos a la casa embrujada cuando se portaban mal. Una mañana de verano, me mudé a ese barrio y no tardé mucho tiempo en conocer todas las historias sobre la “casa de los fantasmas”, como la llamaban, pero, tal vez porque no había vivido allí mucho tiempo o porque estoy muy acostumbrado a leer cuentos de fantasmas, nada de lo que me contaron me dio miedo. Así que, aproveché el verano para conocer el territorio, planear la mejor manera de acercarme y descubrir el secreto de esa ca...

"La muerte"

  La muerte Enrique Anderson Imbert La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró. -¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha. -Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña. -Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto! -No, no tengo miedo. -¿Y si levantaras a alguien que te atraca? -No tengo miedo. -¿Y si te matan? -No tengo miedo. -¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e. La automovilista sonrió misteriosamente. En la...

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